2 CORINTIOS 8: RICOS EN CRISTO.
9 Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
Cada persona que tiene un día un encuentro personal con Jesucristo experimenta en carne propia el inmenso amor de Dios por el hombre. Detengámonos por un momento a recordar y ponderar lo que esa experiencia significa. Por cierto, quien no la ha vivido –me refiero a la experiencia de la conversión- no puede calibrar su importancia. Sólo evalúa lo externo, que ese hombre o esa mujer ya no hacen ciertas cosas que antes eran su costumbre, que ahora habla y hasta se expresa diferente, que asiste a una iglesia. También surgen las críticas como que se cambió de religión, ahora es un fanático, no habla de otra cosa que de Dios, etc. todas estas consideraciones son externas, pero ¿quién se ha preguntado qué hizo que esa persona cambiara de tal modo? Si ellos llegaran a la conclusión de que fue un encuentro real con Dios, y no un encuentro con personas religiosas o una iglesia o secta, entonces ellos también querrían experimentar esta gracia. Íbamos un día por el camino de la vida, derrotados y desanimados, culpables y amargados, infelices y vacíos de Dios, cuando en una encrucijada de alguna forma vino a nosotros esa Persona maravillosa llamada Jesús. Como es tremendamente Creativo, para cada ser humano utiliza un modo distinto de tocarle, llegar a él, hablarle. En mi caso usó una novela que trataba de la vida de los primeros cristianos reunidos en las catacumbas; las cariñosas palabras de un primo cristiano, quien me relató la historia del pueblo de Israel hasta la venida del Salvador; la humildad de un seminarista y finalmente, su fervorosa prédica desde el púlpito de un templo evangélico. La Palabra de Dios fue sembrada en mi corazón y vino el arrepentimiento y el perdón sobre mi vida. Sentí espiritual y corporalmente la Presencia de Dios, supe que Él es Persona, en definitiva conocí “la gracia de nuestro Señor Jesucristo”.
Este Jesús no es otro que el Hijo de Dios, pero no “hijo” a la manera humana en que somos engendrados de hombre y mujer, sino “Unigénito del Padre”, generado de Dios mismo pero no que alguna vez haya nacido, sino que existe desde siempre. En otras palabras, el Hijo de Dios es una faceta más de un solo Dios, mas a la vez una Persona diferente. Afirmamos junto a toda la cristiandad que Dios es Trino, Tres Personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo- en un solo Dios. El Hijo se hizo humano, Dios se hizo humano, en Jesucristo. La Divinidad se vistió de humanidad. Siendo Dios se hizo menor, siendo el Creador se volvió criatura, siendo rico se hizo pobre. ¿En qué consiste la “riqueza” de Dios? ¿Acaso consiste en dinero, joyas, piedras preciosas, lujos, autos, palacios, viajes, placeres? ¿A qué riqueza se refiere la Escritura? Fácil y livianamente podríamos inferir del contexto –la ayuda para los hermanos que están sufriendo necesidad- que se refiere a la riqueza material, pero no es así.
Cuando Dios renuncia a Su posición de Suprema Autoridad para tomar el rol de Siervo y Salvador de los hombres no renunció a cosas materiales como un trono de oro, vestiduras de armiño, una blanca diadema y un anillo de diamantes. Dios es Espíritu y habita en una dimensión puramente espiritual, que a nosotros, en nuestra condición de hombres, Él procura explicarnos a la medida de nuestra comprensión material, pero que es casi imposible entenderlo. En esa posición Él es el más rico de los seres pues todo le pertenece y es capaz de crear todo lo que quiera; pero por decisión propia renunció parte de Él –el Hijo- durante 33 años de nuestro tiempo, a esa posición. En este sentido “se hizo pobre”. ¿El motivo? ¿Por qué tomó esta determinación? Por amor, para sacarnos de nuestra miserable condición moral y espiritual. La condición material y social es sólo una consecuencia de la anterior. Dios en Jesucristo no se hizo principalmente pobre de dinero o de riquezas, su preocupación no fue amasar una fortuna, sino que se limitó en Su Divinidad. Y todo lo hizo porque nos ama: “por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico”
En el mismo sentido que interpretamos Su pobreza, debemos interpretar como cristianos la riqueza que Él nos legó. ¿Dónde está la riqueza del cristiano? ¿En el dinero que pueda juntar en el banco? ¿En las cosas que pueda comprar para alhajar su casa, vestir, comer y pasarla bien? ¿En las empresas que pueda montar y vivir lujosamente? ¿Así mediremos la riqueza que Cristo nos legó? ¿Es la riqueza material el legado de Jesucristo para la Humanidad? No, Su legado testamentario es sobrenatural: nos dejó la salvación, el perdón de los pecados, el nuevo nacimiento, la nueva vida, el Hombre Nuevo, la vida eterna. Cristo nos justifica ante el Padre, nos salva de la condenación eterna, nos hace vivir bajo Su Reino, nos santifica por el Espíritu Santo, transforma nuestras vidas, y si como resultado de esa transformación, renovación, salvación y completa sanación, son prosperadas nuestras finanzas, trabajo y vida material, será sólo una consecuencia o añadidura de la verdadera riqueza: la vida eterna. Es cierto, Él se hizo pobre y entregó Su vida “para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” en salvación, sanidad, santidad y servicio al prójimo.
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