2 TIMOTEO 1: EL BUEN DEPÓSITO.
12 Por lo cual
asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y
estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. 13 Retén
la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en
Cristo Jesús. 14 Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en
nosotros.
Hay una palabra
curiosa en este texto: “depósito”. Se repite dos veces esta idea de guardar un
depósito. Actualmente la utilizamos en nuestras finanzas personales o
comerciales, tenemos un depósito de dinero en el banco, un ahorro o un capital
que deseamos multiplicar. Un depósito es también un contenedor de algo, como un
depósito para guardar agua, el depósito siempre es “depositado” por alguien.
Podríamos entender
entonces que Dios ha depositado en nosotros algo muy especial y valioso. El Señor
depositó en primer lugar la fe en nuestro corazón; puso esa convicción de que Él
es real, nos ama y ha perdonado todas nuestras faltas, nos ha limpiado con Su
preciosa sangre y dado Su Espíritu y una nueva vida. ¡Qué tremendo depósito
llevamos en nosotros!
No es bueno
guardar mucho dinero en casa, corre peligro de ladrones o incendio; mejor es
depositarlo en el banco. Además allí gana intereses, cosa que no sucede en
casa, o como dicen en mi país “no hay que guardar la plata debajo del colchón”.
Un tesoro tan valioso como es la salvación y la Palabra de Dios debe ser
guardado en lugar seguro. Dios es
poderoso para guardar mi depósito. Él es el mejor Banco espiritual. Nuestro
Banquero Divino protege estos bienes espirituales de cualquier contaminación y
enemigo. Nada ni nadie podrá arrebatarnos la fe en Jesucristo, el amor de Dios
y la esperanza en Él. “No os hagáis
tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones
minan y hurtan; / sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el
orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. / Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (San Mateo 6:19-21)
Hay depósitos en
cuentas de ahorro permanente, de las cuales se puede girar cierta cantidad de
veces en el año, como también están los depósitos a plazo. En este caso nuestro
depósito de fe se guardará hasta el día en que Jesucristo regrese a buscarnos
en la primera resurrección durante el arrebatamiento o rapto de la Iglesia. El Señor
mismo, nuestro Banquero Celestial, es poderoso para guardar mi depósito para
aquel día. Los cristianos esperamos aquel día en que Él vendrá a buscar
a Su pueblo. Los que estén muertos resucitarán y los que estén vivos serán
arrebatados, ambos serán llevados a los cielos con Cristo. Pero esto sucederá
sólo a quienes tienen el buen depósito.
Es necesario que
cada creyente retenga en su corazón y mente las sanas palabras del Evangelio de
Jesucristo, que crea en ellas y las practique con amor a Dios y al prójimo. Nuestra
fe no es teoría sino acción, compromiso, vida. Este es nuestro buen depósito
y debemos cuidarlo. Si bien es cierto está en los cielos, también está en
nuestra alma y espíritu. La mente comprende la Verdad de Dios y se alimenta y
edifica con ella, pero el Espíritu Santo que vive en nuestro espíritu, como una
llama divina vivificante, guarda y protege ese depósito. El consejo del Apóstol
de los gentiles, nuestro apóstol, es: Guarda el buen depósito por el Espíritu
Santo que mora en nosotros.
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