2 CORINTIOS 2: MINISTROS DE LA VERDAD.
“9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, / Ni han subido en corazón de hombre, / Son las que Dios ha preparado para los que le aman. / 10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. / 11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. / 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, / 13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.”
El Señor ha preparado para Sus hijos experiencias impensadas, cosas que nadie puede imaginar. “Cosas que ojo no vio” dice Su Palabra. Tal vez milagros, hechos portentosos, inexplicables racional o naturalmente. Lo que jamás experimentamos o pensamos vivir, es lo que todo cristiano ha de esperar de esta vida en el Reino de Dios. “Ni oído oyó”, ¿cuántas enseñanzas de la Palabra de Dios jamás habíamos comprendido así como el Espíritu Santo nos las ha dado a conocer? A veces nos sorprendemos con una interpretación diferente de las Escrituras o con el descubrimiento de una nueva mirada sobre el Texto. Indudablemente nuestro Señor tiene para cada cristiano un abundante depósito de dones y experiencias que nos sorprenderán al vivirlas. Nótese que dice “para los que le aman.” Amar al Señor es obedecer Sus mandamientos, respetar a las autoridades por Él instituidas, buscar permanentemente Su Presencia en oración, adorarle con gratitud, evangelizar, trabajar en Su obra con entusiasmo y esmero, en fin procurar siempre agradarle. Si le amo de ese modo, Él me hará disfrutar de “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, / Ni han subido en corazón de hombre”.
Estas “cosas”, como la salvación por medio de la fe en Jesucristo, la exaltación de Jesús como Señor y Cabeza de la Iglesia, el lugar de los cristianos como Cuerpo, y muchas más, fueron reveladas al Apóstol por el Espíritu “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” El Espíritu Santo es un Ojo escudriñador, un Investigador por naturaleza; es Dios mismo que todo lo sabe y todo lo ve, nadie puede esconderse de Él. Examina cada cosa, aún las de Él mismo. Y así también las puede transmitir, si es Su voluntad, a los hijos de Dios. Así como el ser humano pude conocerse a sí mismo, “porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”, Dios se conoce mejor que cualquier criatura. Él sabe Quién es. “Yo Soy El Que Soy”, dice. Sabe perfectamente Quién es. No así el ser humano que, además cambia día a día, es cambiante, está en permanente desarrollo. Por lo tanto “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”
Si tenemos el Espíritu Santo, razona San Pablo, entonces nosotros deberíamos saber Quien es Dios, cómo piensa, cómo siente y qué planes tiene, porque tenemos la mente de Cristo. “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios”. Consideremos cuán valioso tesoro llevamos dentro. Los cristianos contamos con una riqueza eterna en nuestro interior: el mismísimo Espíritu de Dios. ¡Valorémoslo viviendo a la altura de esa Posesión! Dios nos ha concedido nada más y nada menos que Su Espíritu y cuántas veces actuamos como si dentro de nosotros no hubiera más que basura: esas palabras necias que pronunciamos, esas groserías, esas frases de doble sentido, esas bromas de mal gusto, esos aguijones que clavamos en nuestro prójimo, esas murmuraciones contra los hermanos y la familia, esos malos pensamientos, etc. etc. La carta de San Pablo, que es una carta del Espíritu Santo para nosotros, nos dice que nosotros “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.” Es lo que Dios espera de cada uno de Sus hijos: que seamos de hablar sabio. Es preferible callar si no vamos a edificar con nuestras palabras. Él quiere que transmitamos Su sabiduría, desea usar nuestros labios como transmisores de Su Verdad. Toda la sabiduría del Espíritu Él la acomodará a nuestro espíritu, para que la Verdad sea sembrada entre los hombres.
El Señor ha preparado para Sus hijos experiencias impensadas, cosas que nadie puede imaginar. “Cosas que ojo no vio” dice Su Palabra. Tal vez milagros, hechos portentosos, inexplicables racional o naturalmente. Lo que jamás experimentamos o pensamos vivir, es lo que todo cristiano ha de esperar de esta vida en el Reino de Dios. “Ni oído oyó”, ¿cuántas enseñanzas de la Palabra de Dios jamás habíamos comprendido así como el Espíritu Santo nos las ha dado a conocer? A veces nos sorprendemos con una interpretación diferente de las Escrituras o con el descubrimiento de una nueva mirada sobre el Texto. Indudablemente nuestro Señor tiene para cada cristiano un abundante depósito de dones y experiencias que nos sorprenderán al vivirlas. Nótese que dice “para los que le aman.” Amar al Señor es obedecer Sus mandamientos, respetar a las autoridades por Él instituidas, buscar permanentemente Su Presencia en oración, adorarle con gratitud, evangelizar, trabajar en Su obra con entusiasmo y esmero, en fin procurar siempre agradarle. Si le amo de ese modo, Él me hará disfrutar de “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, / Ni han subido en corazón de hombre”.
Estas “cosas”, como la salvación por medio de la fe en Jesucristo, la exaltación de Jesús como Señor y Cabeza de la Iglesia, el lugar de los cristianos como Cuerpo, y muchas más, fueron reveladas al Apóstol por el Espíritu “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” El Espíritu Santo es un Ojo escudriñador, un Investigador por naturaleza; es Dios mismo que todo lo sabe y todo lo ve, nadie puede esconderse de Él. Examina cada cosa, aún las de Él mismo. Y así también las puede transmitir, si es Su voluntad, a los hijos de Dios. Así como el ser humano pude conocerse a sí mismo, “porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”, Dios se conoce mejor que cualquier criatura. Él sabe Quién es. “Yo Soy El Que Soy”, dice. Sabe perfectamente Quién es. No así el ser humano que, además cambia día a día, es cambiante, está en permanente desarrollo. Por lo tanto “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”
Si tenemos el Espíritu Santo, razona San Pablo, entonces nosotros deberíamos saber Quien es Dios, cómo piensa, cómo siente y qué planes tiene, porque tenemos la mente de Cristo. “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios”. Consideremos cuán valioso tesoro llevamos dentro. Los cristianos contamos con una riqueza eterna en nuestro interior: el mismísimo Espíritu de Dios. ¡Valorémoslo viviendo a la altura de esa Posesión! Dios nos ha concedido nada más y nada menos que Su Espíritu y cuántas veces actuamos como si dentro de nosotros no hubiera más que basura: esas palabras necias que pronunciamos, esas groserías, esas frases de doble sentido, esas bromas de mal gusto, esos aguijones que clavamos en nuestro prójimo, esas murmuraciones contra los hermanos y la familia, esos malos pensamientos, etc. etc. La carta de San Pablo, que es una carta del Espíritu Santo para nosotros, nos dice que nosotros “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.” Es lo que Dios espera de cada uno de Sus hijos: que seamos de hablar sabio. Es preferible callar si no vamos a edificar con nuestras palabras. Él quiere que transmitamos Su sabiduría, desea usar nuestros labios como transmisores de Su Verdad. Toda la sabiduría del Espíritu Él la acomodará a nuestro espíritu, para que la Verdad sea sembrada entre los hombres.
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