1 CORINTIOS 9: CRISTO, EL APÓSTOL DE NUESTRA PROFESIÓN.



“1 ¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? / 2 Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor. / 3 Contra los que me acusan, esta es mi defensa:”

Apóstol es quien ha sido llamado, capacitado y enviado por Dios a una misión El apóstol se demuestra en los resultados de su ministerio. Jesucristo mismo fue el primer Apóstol, ya que enviado por el Padre, cumplió Su misión en la tierra, dejándonos el Espíritu Santo para que a su vez nosotros continuáramos Su apostolado. Dice el libro de Hebreos: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” (Hebreos 3:1)

La obra del apóstol son aquellas vidas beneficiadas por su apostolado. Un apóstol es tal porque así lo certifican y testifican algunos. Apóstol es quien ha visto al Señor.

El apóstol, como todos los cristianos y como todo hombre, tiene derecho a comer y beber; tener una esposa y solventar sus gastos personales con cierta cantidad de dinero obtenida en el ministerio.

Esto es ratificado por la Ley que dice “No pondrás bozal al buey que trilla.” Así como el granjero ara y trilla con la esperanza de recibir un fruto, también el apóstol sembrará la Palabra de Dios en el corazón de los fieles, con la esperanza de cosechar tanto un fruto espiritual como material.

Los que sirven en el templo comen de lo sagrado, así también los que anuncian el evangelio pueden vivir del evangelio. Esta es la convicción de San Pablo y la deja establecida por escrito para todas las generaciones de siervos de Dios que vendrán en adelante. Sin embargo, esto que él y el Espíritu Santo consideran un derecho, él no se lo permite a sí mismo, trabajando con sus propias manos para obtener el sustento diario y no ser causa de habladurías.

Él considera que predicar el Evangelio no es tan sólo una orden del Señor para él, sino además una necesidad de su alma “porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!”

El propósito de esta actuación es no dar oportunidad para que alguien deseche el Evangelio por causa de la persona de Pablo. Él se ha hecho siervo de todos, con tal de ganarlos para Cristo.

Tal cual los atletas corren en el estadio y uno sólo de ellos obtiene el premio, todos los cristianos estamos en una carrera competitiva, mas no todos obtendrán el galardón. Pensemos en estos términos: el Señor Jesucristo ha dado la salvación a todos los que en Él han creído; pero otra cosa es el premio que obtendrán algunos cristianos para participar en el reino milenial, cuando Jesús gobierne por mil años el planeta.

La invitación de San Pablo es a correr de tal manera que obtengamos ese galardón. Para ello es preciso: a) Abstenernos de cualquier cosa que no aporte al logro de la meta que el Señor nos ha puesto; b) Pensar siempre en la grandeza del premio que recibiremos si somos fieles en la misión que se nos ha encomendado; c) No correr a la ventura, es decir a la suerte, casualidad o aventura, sino con certeza del camino que llevamos y el objetivo que nos ha sido impuesto por Dios; d) Tener claridad acerca del enemigo, no golpeando al aire sino luchando contra las fuerzas del mal, dando guerra espiritual; y e) Disciplinar y sujetar nuestro cuerpo y mente en servidumbre a Jesucristo. No vaya a ser cosa que siendo “heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”

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