1 CORINTIOS 11: CRISTO, EL QUE PONE ORDEN.
Este capítulo del libro primero de Corintios se inicia con la frase “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” y finaliza con un escueto “Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.” El Apóstol, como todo siervo de Dios, ministro de la Palabra, tiene esta doble función: 1. Ser ejemplo para la comunidad cristiana; y 2. Establecer un orden en la vida de la Iglesia, incluida la vida familiar y personal de los cristianos, conforme a la voluntad del Señor.
San Pablo entrega diversas indicaciones a los hermanos de la Iglesia de Corinto, seguramente en respuesta a sus inquietudes, dudas y consultas. Les escribe acerca del atavío de las mujeres; como evitar abusos en la Cena del Señor; instituye ésta como una sencilla liturgia u orden a seguir por la comunidad cristiana; y advierte sobre las consecuencias negativas de tomar la Cena indignamente.
En la interpretación de estos versículos no debemos quedarnos en lo superficial de las formas que obviamente muchas veces obedecen a la cultura y características de las personas particulares a las que habla el texto, sino más bien sumergirnos en la profundidad de los principios que la Escritura quiere enseñarnos. Por ejemplo el principio de autoridad y de sujeción que todo cristiano debe vivir. Siempre habrá una autoridad sobre nosotros, sea un esposo, un jefe, un director, un ministro de Dios, etc. y esas autoridades debemos respetarlas. La sujeción consiste en reconocer la autoridad que el Señor le ha entregado a otra persona en algún plano –sea de conocimiento, laboral, antigüedad, experiencia, cargo político, eclesiástico, etc. –no molestarse por ello, respetarla y sujetarse a su consejo. La sujeción concreta a otro mayor que yo, demuestra que en mi corazón hay una verdadera sumisión al Señor, que dentro de mi está la humildad para reconocer en otro la superioridad en cierto aspecto.
La Biblia nos muestra un orden para la familia. Puede que no todos estén de acuerdo con ese orden que primero plantea Pablo: “3 Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” Si usted y su cónyuge aceptan ese orden no tendrán problemas para funcionar armónicamente como matrimonio y familia. Pero si sólo uno de los dos lo acepta, es indudable que eso pueda generar desavenencias. Mas la dificultad no está en el orden o sistema propuesto por Dios, sino en las personas que no se ponen de acuerdo en el sistema a seguir. Y, como si San Pablo hubiera sabido de estos tiempos de reivindicación del “género” en que vivimos, nos da una salida: “12 porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios. 13 Juzgad vosotros mismos…” El hombre y la mujer pueden ser una pareja, asimismo como suena la palabra, pareja, en que ambos se miren como iguales, se amen y respeten, decidiendo en forma conjunta todo asunto matrimonial y familiar. Sea cual sea el orden que utilicemos, que sea el amor el que prime.
Esto nos recuerda cuando Jesús dice a Sus discípulos “15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” (San Juan 15:15) ¿Será mejor ser amigo de Jesús que ser su siervo? ¿O será superior ser un siervo de Dios que un amigo? Ambos términos son tan respetables y quizás los cristianos debamos ser ambas cosas: siervos, es decir esclavos de Jesucristo; y también fieles amigos de Él. Si fuésemos solamente amigos podríamos aprovecharnos de esa amistad y si fuésemos solamente siervos, sólo estaríamos pendientes de obedecer y jamás sentiríamos el cariño y la acogida del Amigo. Del mismo modo, en el matrimonio y la familia es necesario que exista autoridad, pero también igualdad, como lo expresa el Espíritu Santo en el libro de Gálatas: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”
San Pablo entrega diversas indicaciones a los hermanos de la Iglesia de Corinto, seguramente en respuesta a sus inquietudes, dudas y consultas. Les escribe acerca del atavío de las mujeres; como evitar abusos en la Cena del Señor; instituye ésta como una sencilla liturgia u orden a seguir por la comunidad cristiana; y advierte sobre las consecuencias negativas de tomar la Cena indignamente.
En la interpretación de estos versículos no debemos quedarnos en lo superficial de las formas que obviamente muchas veces obedecen a la cultura y características de las personas particulares a las que habla el texto, sino más bien sumergirnos en la profundidad de los principios que la Escritura quiere enseñarnos. Por ejemplo el principio de autoridad y de sujeción que todo cristiano debe vivir. Siempre habrá una autoridad sobre nosotros, sea un esposo, un jefe, un director, un ministro de Dios, etc. y esas autoridades debemos respetarlas. La sujeción consiste en reconocer la autoridad que el Señor le ha entregado a otra persona en algún plano –sea de conocimiento, laboral, antigüedad, experiencia, cargo político, eclesiástico, etc. –no molestarse por ello, respetarla y sujetarse a su consejo. La sujeción concreta a otro mayor que yo, demuestra que en mi corazón hay una verdadera sumisión al Señor, que dentro de mi está la humildad para reconocer en otro la superioridad en cierto aspecto.
La Biblia nos muestra un orden para la familia. Puede que no todos estén de acuerdo con ese orden que primero plantea Pablo: “3 Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” Si usted y su cónyuge aceptan ese orden no tendrán problemas para funcionar armónicamente como matrimonio y familia. Pero si sólo uno de los dos lo acepta, es indudable que eso pueda generar desavenencias. Mas la dificultad no está en el orden o sistema propuesto por Dios, sino en las personas que no se ponen de acuerdo en el sistema a seguir. Y, como si San Pablo hubiera sabido de estos tiempos de reivindicación del “género” en que vivimos, nos da una salida: “12 porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios. 13 Juzgad vosotros mismos…” El hombre y la mujer pueden ser una pareja, asimismo como suena la palabra, pareja, en que ambos se miren como iguales, se amen y respeten, decidiendo en forma conjunta todo asunto matrimonial y familiar. Sea cual sea el orden que utilicemos, que sea el amor el que prime.
Esto nos recuerda cuando Jesús dice a Sus discípulos “15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” (San Juan 15:15) ¿Será mejor ser amigo de Jesús que ser su siervo? ¿O será superior ser un siervo de Dios que un amigo? Ambos términos son tan respetables y quizás los cristianos debamos ser ambas cosas: siervos, es decir esclavos de Jesucristo; y también fieles amigos de Él. Si fuésemos solamente amigos podríamos aprovecharnos de esa amistad y si fuésemos solamente siervos, sólo estaríamos pendientes de obedecer y jamás sentiríamos el cariño y la acogida del Amigo. Del mismo modo, en el matrimonio y la familia es necesario que exista autoridad, pero también igualdad, como lo expresa el Espíritu Santo en el libro de Gálatas: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”
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