1 TESALONICENSES 4: CRISTIANOS EXHORTADOS A LA SANTIDAD.
“1 Por lo demás,
hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que
aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así
abundéis más y más. 2 Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor
Jesús; 3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de
fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad
y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a
Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es
vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha
llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha
esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.”
La exhortación
del apóstol Pablo no es sólo para los cristianos de Tesalónica, sino también
para nosotros. Sin perder la autoridad del Señor, él nos ruega humildemente que
nos conduzcamos como buenos seguidores de Jesucristo. ¿No es acaso el mismo
Señor que nos está rogando que nos portemos bien, por medio de Su instrumento
que es el apóstol Pablo? ¡Cuántas veces escuchamos a los ministros de Dios
exhortarnos y también rogarnos algo semejante, y nosotros sólo vemos al hombre!
Aún más, los cuestionamos y criticamos, sin advertir que son la boca de Dios
que nos llama a hacer Su voluntad. El Señor ha puesto a Sus Pablos, Pedros y Juanes,
hombres imperfectos pero llenos de fe, para que nos exhorten y rueguen que
hagamos como Él quiere. Usted no critique al hombre, obedezca a la Palabra de
Dios que está en la boca de ese hombre, o de esa mujer, si es una Priscila,
María o Débora.
Lo desafiante de
estas palabras del apóstol es que él se pone como ejemplo. Lo digo porque
algunos de nosotros jamás nos atreveríamos a decir compórtense “de la manera que aprendisteis de nosotros
cómo os conviene conduciros y agradar a Dios”. Hay quienes dicen hagan lo que digo pero no lo que hago.
Esto no debe ser en la Iglesia. Necesitamos, los líderes, pastores y
sacerdotes, ser tan coherentes como lo fueron los apóstoles, discípulos de
Jesucristo.
El nivel de
exigencia que aplicaban los apóstoles a sus seguidores era de la más alta
excelencia: “así abundéis más y más.” Actualmente la mayoría de los cristianos
no somos así, exigentes con nosotros mismos, sino más bien conformistas y
livianos en la manera de vivir el cristianismo. Abunden más y más en el amor,
dice el Apóstol, no descansen y exíjanse para ser verdaderos “Cristos”, o sea
auténticos cristianos. Hay una palabra más fea y dura para llamar a los que se
conforman con lo mínimo, lo suficiente, los que hacen lo que la mayoría hace y
con eso se quedan, “mediocres” porque están en la media. ¡Perdónanos Señor por
faltar a tu medida de santidad! Reconozco que me falta paciencia, bondad, humildad, delicadeza, altruismo, serenidad, jovialidad,
compasión, magnanimidad, para llenar la medida superior de Jesucristo.
¡Llénanos de Tu Espíritu para obtener tales virtudes!
El Apóstol no habla
por sí mismo, porque a él se le hubiera ocurrido caprichosamente exigir esos comportamientos
de sus discípulos, sino que está transmitiendo un mandato de lo alto: “Porque
ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús”. Lo dice con toda
claridad: “la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de
fornicación”. Dios es Santo, por tanto sus hijos debemos ser de la misma forma,
santos, limpios de toda inmundicia. ¿Está teniendo hoy día la Iglesia estás
conductas? No hablo de guardar determinados días, vestirse de cierta manera,
dejar de hablar y tocar algunos asuntos. No, no hablo de cosas externas sino de
actitudes interiores que determinan comportamientos externos.
¿Somos pacientes
con los que tardan en aprender o con los que el Señor aún no ha tocado?
¿Actuamos con bondad ante las desgracias del prójimo o más bien
somos indiferentes? ¿Está nuestro corazón inclinado a la humildad o somos
orgullosos y no escuchamos al otro porque nos consideramos más sabios, santos y
predilectos del Señor? ¿Tratamos con delicadeza a nuestros hijos, esposa,
hermanos en la fe, o somos rudos y groseros en el modo de dirigirnos a las
personas? Se puede ser grosero sin hablar groserías. ¿Cuánto altruismo hay en
la Iglesia? ¿Conservamos la serenidad ante las graves circunstancias que hoy
ocurren en el mundo, o somos tan exaltados y violentos como los que aún no se
han encontrado con Jesús? ¿Somos personas joviales o amargadas, graves,
tristes, melancólicas…? ¿Cuánta compasión
encierra nuestra alma para el planeta que sufre, hablo de la Humanidad y
también de los animales y todo ser viviente… o sencillamente los dejamos que se
hundan, se enfermen, sufran y mueran, mientras el dolor y la muerte no toque a
los nuestros? ¿Cuánta magnanimidad hemos adquirido del Espíritu; realmente
nuestro amor todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta; o en realidad no
tenemos esa grandeza de ánimo y las circunstancias nos sobrepasan?
Continúa el
Espíritu Santo exhortando a los cristianos a llevar una vida matrimonial ordenada,
en santidad y honor, evitando la concupiscencia, es decir el apetito
desordenado de placeres deshonestos, sensuales o sexuales. Señala la
importancia de la honestidad entre hermanos y prójimos, y advierte que el mismo
Señor se encargará de vengar al agraviado. Dios no nos ha
llamado a vivir una existencia sucia en lo ético y moral, sino que a una vida
santa.
Desechar estas
palabras es desechar al Espíritu Santo que las ha pronunciado por intermedio de
un hombre, mas no por ello dejan de ser Palabra de Dios.
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