1 TESALONICENSES 2: SIERVOS ENVIADOS Y APROBADOS.


 
 
 
1 Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana; 2 pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición. 3 Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, 4 sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. 5 Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; 6 ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. 7 Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. 8 Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos.
 

El Apóstol reconoce a los tesalonicenses la respuesta de ellos a su predicación: “nuestra visita a vosotros no resultó vana”. Es lo que todo predicador quisiera decir de sus oyentes, que ellos hicieron caso a la enseñanza y ésta tuvo un buen resultado en ellos, produciendo cambios en sus vidas. No siempre sucede de ese modo. A veces se desoye al predicador, se le considera un “palabrero” (Hechos 17:18), una voz sin autoridad o alguien que habla por su propia cuenta y no de parte de Dios. Hacer que los sermones y enseñanzas de nuestros pastores y maestros no resulten vanos, es deber de todo creyente. El Señor ha puesto a Sus ministros para nuestra edificación y ésta será posible sólo por nuestra obediencia (Efesios 4:11,12)

Pablo dice algunas cosas que hoy en día no se acostumbra hacer. Habla de sí mismo con gran valoración de su conducta. Si alguien hoy día hace esto, le consideramos engreído, pero estas son las palabras de un cristiano con una autoestima equilibrada. Es capaz de reconocer sus virtudes como sus yerros ante otros (Romanos 7:21-24), y cuando es preciso demostrar quién es él, lo hace sin tapujos, valientemente. No es falta de humildad sino una actitud asertiva.

Cuenta que padeció y fue ultrajado, junto a sus compañeros, por la causa de Jesús, lo que fue un ejemplo para los discípulos y sigue siéndolo para todo aquel que sufre por la expansión del Evangelio. Luego, con denuedo, predicó “en medio de gran oposición”. ¡Qué lección para nosotros que sólo deseamos hacerlo con una audiencia dispuesta y simpática a nuestra persona! Al comparar la obra de nuestro hermano Apóstol con la que hacemos hoy día, me avergüenzo al considerar cuan débiles y poco dispuestos a sufrir que somos los creyentes de este siglo. Salvo un puñado de misioneros esparcidos en naciones hostiles al cristianismo demuestran lo contrario. Pero aquí, en nuestra cómoda sociedad occidental, también hay enemigos: la hipocresía, el rechazo del mensaje de Jesucristo, la ciencia positivista que se opone a la fe, el materialismo, el hedonismo, la acomodación de la fe al gusto humano, los afanes de poder temporal de algunos cristianos, etc.

La predicación de San Pablo fue “el evangelio de Dios”, la buena nueva de que Dios Padre había enviado a Su Hijo Jesucristo a morir por los pecadores, que somos todos, y que era preciso arrepentirnos, creer en Él y reconocerlo como Señor y Salvador, para ser salvo e iniciar una nueva vida, guiada por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Este mensaje poderoso era tanto para el judío como para el gentil (Romanos 1:16), mas a él, Jesús le mandaba a los gentiles (Gálatas 2:7-9).

En cuanto a lo que motiva la predicación de este apóstol, dice él que “no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño”, sino que fue una comisión dada por Dios mismo, quien le aprobó para ello. Si creemos que Él nos ha entregado una misión en la fe, necesitamos preguntarnos si ya hemos sido “aprobados por Dios para que se nos confiase” ese encargo. ¿Cómo nos daremos cuenta de ello? La oración, la transparencia, la humildad, la franqueza con nosotros mismos para reconocer errores y también virtudes, la permanente lectura de la Biblia, nos habilitarán para percatarnos de la autenticidad de ese llamado. No basta con que un líder o un grupo de hermanos me digan que he sido llamado por Dios; es preciso escuchar internamente el llamado y la confirmación de Dios. Así lo hizo el Apóstol de los gentiles: “15 Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, / 16 revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, / 17 ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco.” (Gálatas 1:15-17)

¿De qué forma realizó su trabajo Pablo? Es la manera en que todo siervo de Dios, grande o pequeño, debe hacerlo:

a)     Fiel a Dios: “no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”

b)    Francos y sobrios: “nunca usamos de palabras lisonjeras”

c)     Desinteresados y honestos: “ni encubrimos avaricia”

d)    No vanagloriosos: “ni buscamos gloria de los hombres”

e)     Amorosos y paternales: “fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos”

f)      Fervorosos en el servicio: “hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas”
 
Así son los siervos enviados y aprobados por Dios.

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