GÁLATAS 6: JUZGADOS EN LA GRACIA.



“1 Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”

Casi al término de su epístola, el Apóstol advierte “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre”. ¿Quién no comete alguna falta alguna vez? Puede ser que un hermano esté cometiendo pecado en secreto, pero de pronto sea “sorprendido”. ¿No somos a veces “pillados” en mentira o en hipocresía? Cuando eso nos sucede nos da mucha vergüenza, porque sabemos que son conductas que a Dios le desagradan. Ya la vergüenza es un castigo para nosotros, quedar en evidencia.

“Vosotros que sois espirituales” nos dice San Pablo, apelando a la misericordia de Dios, la que anima al Espíritu Santo que vive dentro de cada cristiano. Si no somos carnales, sabremos actuar con espíritu comprensivo, perdonador, restaurador. “Vosotros que sois espirituales, restauradle”. Un hermano ha sido sorprendido robando de las finanzas de la Iglesia. Ese hermano ha de saber que ese comportamiento es muy malo, pues son los dineros que los hijos de Dios han entregado de todo corazón para el Señor, para sostener Su Casa y Su obra. No ha robado a los hombres, no ha robado a unja organización, sino que ha robado a Dios. Ha de sentir el hermano todo lo grave que es su mala acción. Pero esa sanción verbal debe ser hecha con mansedumbre. Aunque no justifica nada tal conducta, debe pensarse y escuchar las razones por las cuales él llegó a actuar así. Habrá que restaurarle. ¿Cómo? 1) Que tal discípulo reconozca su falta contra el Señor y Su Iglesia; 2) Que pida perdón con sinceridad; 3) Que reciba el amor misericordioso y restaurador de la Iglesia; 4) Que se rehabilite reponiendo el dinero en un plazo justo. Para cada situación, sea robo, adulterio, mentira, irrespeto, desobediencia, etc, debemos actuar bajo el mismo principio: “si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre”

No juzguemos desde la perfección. No seamos dueños de la Ley. No nos sentemos en el sillón del Juez, sino que pongámonos en el lugar del acusado. ¿No es eso lo que hace un abogado? El Espíritu Santo Consolador es como un abogado que nos defiende ante Cristo. Dice el Espíritu: “considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” Todos podemos caer tan bajo como el hermano que yerra el blanco. “El que está libre de culpa, que lance la primera piedra” dijo una vez el Señor. Jesucristo es nuestro abogado defensor ante el Padre. Dios no mira nuestro pecado, sino el corazón misericordioso de Su Hijo. Del mismo modo debemos actuar con el que peca en la Iglesia. ¡Cuántas veces el tribunal eclesiástico es demasiado duro y legalista para con el pecador! Todo ser humano merece otra oportunidad: “Ni yo te condeno. Vete y no peques más”.

Al juzgar considérate “a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” Y la gran tentación puede ser ponerte en el lugar de Dios, juzgar y condenar. No sea que te condenes a ti mismo. La Gracia ha de ser el espíritu de todo comportamiento y relación en la Casa de Dios. En definitiva, esto es lo que nos enseña la carta a los Gálatas.

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