1 CORINTIOS 13: CRISTO, EL VERDADERO AMOR.
“4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; / 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; / 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. / 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
Este texto sirve para autoevaluarme qué tan cristianamente estoy procediendo. Es muy lindo este pasaje, pero de nada me sirve memorizarlo, identificar que se trata de uno de los textos primordiales sobre el amor y alabar al Señor por él, si no lo vivo.
Dice que “el amor es sufrido”, o sea que es paciente y está dispuesto siempre a aceptar las “injusticias” con humildad. ¿Soy una persona realmente sufrida o más bien soy alguien que prefiere la comodidad y no tener problemas? A veces evito la dificultad y dejo de amar a otros por propia comodidad.
El amor “es benigno”, sencillamente bueno. Sabemos que nadie hay bueno enteramente. Ya el Señor lo dijo, cuando alguien lo trató de “maestro bueno”. ¿Estaría adulándole? Él si era y es bueno ¡nos ha hecho tanto bien! Pero yo ¿soy una persona buena? ¡Cuántas veces actúo con maldad, egoísmo, uso palabras críticas hacia mi prójimo, no soy considerado con los niños, maltrato a los animales, etc.!
“El amor no tiene envidia”. Nada hay más corrosivo del amor que la envidia, eso de sentirme mal por el bien de otro, por sus éxitos y logros, por el aplauso que dan a mi vecino o familiar. Me transformo en enemigo de otras personas y ellos ni siquiera lo saben. La amargura queda adentro, en mi corazón, y eso me enferma. El Señor perdone mi envidia y lave con Su sangre mi conciencia.
“El amor no es jactancioso”, no se pavonea de sus logros como si el progreso de nuestras vidas dependiese de nosotros mismos. Un poeta dijo que cada uno es arquitecto de su propio destino. En parte es cierto, puesto que lo que sembramos recogeremos; pero si Dios no lo permite, nada sucede en esta tierra. No quiero jactarme de haber logrado algo sino gloriarme en el Señor que es mi victoria.
El amor “no se envanece”. ¿De qué podría envanecerme, si todo lo que tiene el hombre puede desaparecer en un segundo? Viene un terremoto y destruye mi patrimonio de años; un maremoto puede arrastrar hasta con la vida de mis seres queridos; un incendio hace polvo lo que construí; la enfermedad puede inhabilitarme para el trabajo y dejarme en la miseria; la inteligencia y capacidades intelectuales se pueden perder y terminamos en un psiquiátrico; cualquier día nos sorprende la muerte, que viene a todos “como ladrón en la noche”. Así es que ¿de qué puedo envanecerme? Sólo por la misericordia de Dios estoy en pie y lo que tengo no es mío, todo ha sido prestado por Él: la vida, el cuerpo, la salud, la esposa, los hijos, el trabajo, etc.
El amor “no hace nada indebido”. De la traducción puedo entender que se refiere a lo moralmente permitido y no a lo que es de conveniencia para mí. No hace nada que perjudique a otros. Diariamente se nos presentan “oportunidades” de engañar y salir favorecidos, mentir y nadie se enterará de la verdad, robar y ninguno se dará cuenta, mas Dios que todo lo ve y juzga con justicia, sí nos ve. El móvil para hacer el bien debe ser sobre todo interés agradar al Señor. No por miedo al castigo, no por temor a pasar una vergüenza si soy descubierto, no para aparecer bueno, etc. El amor a Dios “no hace nada indebido”.
El amor “no busca lo suyo”. ¿Busco lo que favorece al prójimo o lo que es bueno para mí? Muchas de mis decisiones son egoístas, desconsideradas con el otro, busco lo mío y no lo que favorece a los demás. Cristo siempre busca lo nuestro.
El amor “no se irrita”. ¿Soy un gruñón? ¿Me irrito fácilmente? Me falta humor, aceptación y comprensión hacia mi prójimo. Me he transformado en una persona grave, crítica, inflexible. Señor: dame jovialidad y que no sea tan estúpidamente irritable.
El amor “no guarda rencor”. Han pasado tantos años y aún guardo esa ponzoña en el alma, todavía no perdono. A pesar de ser cristiano y conocer la Ley de Dios y el mandamiento de Jesucristo, todavía no doy el paso de perdonar a quien me hizo daño o yo pienso que me dañó a propósito. Tengo esa deuda pendiente con el Señor, debo y necesito perdonar, desatar mi conciencia de algo tan antiguo. La rata se pudre en el desván y hiede, debo sacarla y tirarla al tacho de la basura, definitivamente.
El amor “no se goza de la injusticia”. ¿Cómo un hijo de Dios puede disfrutar con el mal que ocurre a otros? Es una locura lo que la Palabra de Dios me plantea. Debe significar que hay muchos hombres y mujeres de fe que aún se gozan con la injusticia y disfrutan porque le va mal a alguien que no les simpatiza. Señor: dame un corazón recto y que aprenda a amar a aquellos cuya forma de actuar, sentir o pensar no entiendo. Te pido que jamás vuelva a reír del mal que ocurre a otro ser humano.
El amor “se goza de la verdad.” Nunca la mentira, nunca la falsedad, jamás la herejía, sólo la verdad. Sean las verdades pequeñas de cada ser humano o sea la gran Verdad del Evangelio, que siempre busque y me alegre con la Verdad. Gozarme en la Verdad es disfrutar a Cristo, quien es la Verdad.
El amor “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” No soy magnánimo y en numerosas ocasiones no soporto a la gente ni las circunstancias que me toca vivir; soy desconfiado y dudo de todo el mundo; tengo miedo de lo que pueda sucederme en lo laboral, familiar, económico, etc.; no soporto mucho, soy un cobarde. ¡Cuánta fortaleza de Jesús me hace falta para enfrentar la vida como Él quiere, con amor!
Este texto sirve para autoevaluarme qué tan cristianamente estoy procediendo. Es muy lindo este pasaje, pero de nada me sirve memorizarlo, identificar que se trata de uno de los textos primordiales sobre el amor y alabar al Señor por él, si no lo vivo.
Dice que “el amor es sufrido”, o sea que es paciente y está dispuesto siempre a aceptar las “injusticias” con humildad. ¿Soy una persona realmente sufrida o más bien soy alguien que prefiere la comodidad y no tener problemas? A veces evito la dificultad y dejo de amar a otros por propia comodidad.
El amor “es benigno”, sencillamente bueno. Sabemos que nadie hay bueno enteramente. Ya el Señor lo dijo, cuando alguien lo trató de “maestro bueno”. ¿Estaría adulándole? Él si era y es bueno ¡nos ha hecho tanto bien! Pero yo ¿soy una persona buena? ¡Cuántas veces actúo con maldad, egoísmo, uso palabras críticas hacia mi prójimo, no soy considerado con los niños, maltrato a los animales, etc.!
“El amor no tiene envidia”. Nada hay más corrosivo del amor que la envidia, eso de sentirme mal por el bien de otro, por sus éxitos y logros, por el aplauso que dan a mi vecino o familiar. Me transformo en enemigo de otras personas y ellos ni siquiera lo saben. La amargura queda adentro, en mi corazón, y eso me enferma. El Señor perdone mi envidia y lave con Su sangre mi conciencia.
“El amor no es jactancioso”, no se pavonea de sus logros como si el progreso de nuestras vidas dependiese de nosotros mismos. Un poeta dijo que cada uno es arquitecto de su propio destino. En parte es cierto, puesto que lo que sembramos recogeremos; pero si Dios no lo permite, nada sucede en esta tierra. No quiero jactarme de haber logrado algo sino gloriarme en el Señor que es mi victoria.
El amor “no se envanece”. ¿De qué podría envanecerme, si todo lo que tiene el hombre puede desaparecer en un segundo? Viene un terremoto y destruye mi patrimonio de años; un maremoto puede arrastrar hasta con la vida de mis seres queridos; un incendio hace polvo lo que construí; la enfermedad puede inhabilitarme para el trabajo y dejarme en la miseria; la inteligencia y capacidades intelectuales se pueden perder y terminamos en un psiquiátrico; cualquier día nos sorprende la muerte, que viene a todos “como ladrón en la noche”. Así es que ¿de qué puedo envanecerme? Sólo por la misericordia de Dios estoy en pie y lo que tengo no es mío, todo ha sido prestado por Él: la vida, el cuerpo, la salud, la esposa, los hijos, el trabajo, etc.
El amor “no hace nada indebido”. De la traducción puedo entender que se refiere a lo moralmente permitido y no a lo que es de conveniencia para mí. No hace nada que perjudique a otros. Diariamente se nos presentan “oportunidades” de engañar y salir favorecidos, mentir y nadie se enterará de la verdad, robar y ninguno se dará cuenta, mas Dios que todo lo ve y juzga con justicia, sí nos ve. El móvil para hacer el bien debe ser sobre todo interés agradar al Señor. No por miedo al castigo, no por temor a pasar una vergüenza si soy descubierto, no para aparecer bueno, etc. El amor a Dios “no hace nada indebido”.
El amor “no busca lo suyo”. ¿Busco lo que favorece al prójimo o lo que es bueno para mí? Muchas de mis decisiones son egoístas, desconsideradas con el otro, busco lo mío y no lo que favorece a los demás. Cristo siempre busca lo nuestro.
El amor “no se irrita”. ¿Soy un gruñón? ¿Me irrito fácilmente? Me falta humor, aceptación y comprensión hacia mi prójimo. Me he transformado en una persona grave, crítica, inflexible. Señor: dame jovialidad y que no sea tan estúpidamente irritable.
El amor “no guarda rencor”. Han pasado tantos años y aún guardo esa ponzoña en el alma, todavía no perdono. A pesar de ser cristiano y conocer la Ley de Dios y el mandamiento de Jesucristo, todavía no doy el paso de perdonar a quien me hizo daño o yo pienso que me dañó a propósito. Tengo esa deuda pendiente con el Señor, debo y necesito perdonar, desatar mi conciencia de algo tan antiguo. La rata se pudre en el desván y hiede, debo sacarla y tirarla al tacho de la basura, definitivamente.
El amor “no se goza de la injusticia”. ¿Cómo un hijo de Dios puede disfrutar con el mal que ocurre a otros? Es una locura lo que la Palabra de Dios me plantea. Debe significar que hay muchos hombres y mujeres de fe que aún se gozan con la injusticia y disfrutan porque le va mal a alguien que no les simpatiza. Señor: dame un corazón recto y que aprenda a amar a aquellos cuya forma de actuar, sentir o pensar no entiendo. Te pido que jamás vuelva a reír del mal que ocurre a otro ser humano.
El amor “se goza de la verdad.” Nunca la mentira, nunca la falsedad, jamás la herejía, sólo la verdad. Sean las verdades pequeñas de cada ser humano o sea la gran Verdad del Evangelio, que siempre busque y me alegre con la Verdad. Gozarme en la Verdad es disfrutar a Cristo, quien es la Verdad.
El amor “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” No soy magnánimo y en numerosas ocasiones no soporto a la gente ni las circunstancias que me toca vivir; soy desconfiado y dudo de todo el mundo; tengo miedo de lo que pueda sucederme en lo laboral, familiar, económico, etc.; no soporto mucho, soy un cobarde. ¡Cuánta fortaleza de Jesús me hace falta para enfrentar la vida como Él quiere, con amor!
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