1 CORINTIOS 16: CRISTO, SIERVO DE TODOS.

“10 Y si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad, porque él hace la obra del Señor así como yo. / 11 Por tanto, nadie le tenga en poco, sino encaminadle en paz, para que venga a mí, porque le espero con los hermanos.”

Al término de esta epístola a los hermanos de la ciudad de Corinto, el apóstol Pablo les solicita algo acerca de su apreciado discípulo Timoteo. Les pide “mirad que esté con vosotros con tranquilidad”, es decir que se sienta acogido, que sea atendido de tal modo que pueda dedicarse a su trabajo como ministro de Dios. Y da la razón de su petición: “porque él hace la obra del Señor así como yo.” Timoteo está cumpliendo una misión encomendada por Dios, y no hay nada más importante y respetable que eso aquí en la tierra; incluso, agrega, es la misma obra que hago yo. Timoteo también en cierto modo es un apóstol, o sea uno que ha sido llamado por Cristo, capacitado por Cristo y enviado por Cristo. “Nadie le tenga en poco” amonesta el siervo, nadie lo desvalorice, ninguno lo mire en menos, como alguien que no tiene tanta importancia. Tal vez Timoteo era un hombre muy humilde en actitud, sencillo en palabras y se mostraría a veces como algo débil y temeroso, tanto que el apóstol tuvo que recordarle en una de sus cartas pastorales: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. / Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Timoteo 1:6,7); y en otra oportunidad le escribe: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” (1 Timoteo 4:12). Les pide que lo encaminen en paz en su viaje a Efeso, a reunirse con él, pues le espera con sus hermanos cristianos.

¿No debiera ser esa la actitud de todo cristiano ante un siervo de Dios? Una actitud de respeto, consideración y afecto, teniendo en cuenta que los ministros del Señor llevan la preciosa semilla del Evangelio, que han dejado todo lo mundano por la salvación de las almas. Sin embargo vemos que hoy día se habla mal de los pastores, no se les considera personas dignas de honor, se les critica y exige perfección. En el trato, muchas veces hay una palabra casi grosera y cierto desprecio por su rol. Se les quiere igualar al resto de los cristianos y negar su evidente vocación y llamado del Señor al ministerio. Las palabras del Espíritu Santo en esta carta de San Pablo nos recuerdan que nadie debe tener en poco la misión de un siervo de Dios.

“15 Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. /16 Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan. /17 Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. /18 Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas.”

No podemos dejar de destacar, además, estos versículos que hablan acerca de las casa de Estéfanas. Su familia fue la primera en convertirse en Acaya, antigua provincia de Grecia. Pablo destaca su espíritu de servicio, hospitalidad y buena voluntad hacia el prójimo, sobre todo los discípulos. Dice “ellos se han dedicado al servicio de los santos.” Han ayudado y trabajado mucho en la obra, por tanto son dignos de tener autoridad sobre otros menores, aplicándose así el principio de Jesús: “… el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, / y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. / Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (San Marcos 10:43-45) Como son personas llenas de amor y con un espíritu limpio, los demás pueden sujetarse a ellos, como al mismo Señor. “Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan.” El apóstol expresa en estos versos su alegría de que ellos volverán a ver a Estéfanas, Fortunato y Acaico, siervos ejemplares y dignos representantes de Acaya. Ellos suplieron la ausencia de sus queridos hermanos de la provincia, y confortaron su espíritu. Finalmente les insta a reconocerlos como autoridad.

La posición en el Reino de Dios no se basa en nombramientos y cargos honoríficos, sino en el servicio amoroso y desinteresado al Cuerpo de Cristo. Esto queda bien claro en estos pasajes de la epístola: se debe reconocer y honrar a los que hacen la obra del Señor y a los que se dedican al servicio de los santos.

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