1 CORINTIOS 15: CRISTO, UN REY EXIGENTE.

"50 Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción."
En este capítulo el Espíritu Santo nos habla acerca de la futura resurrección de los muertos. Comienza estableciendo el orden histórico de los hechos, diciendo en los versos 3 al 8:

1. “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
2. y que fue sepultado,
3. y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
4. y que apareció a Cefas (Pedro),
5. y después a los doce (apóstoles).
6. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen.
7. Después apareció a Jacobo (Santiago);
8. después a todos los apóstoles;
9. y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí (Pablo)."

Luego señala el orden de la resurrección tanto de lo humano como del mundo que ha sido corrompido por el hombre en pecado, desde el verso 23 al 28, “Pero cada uno en su debido orden”:

a) "Cristo, las primicias;
b) luego los que son de Cristo, en su venida.
c) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. / Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. / Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas.
c) Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos."

Claramente señala el orden:
a) Primero, resucitó Jesucristo
b) Segundo, resucitarán los cristianos, cuando Él venga por segunda vez
c) Tercero, Jesucristo reinará “hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.”
d) Cuarto, Jesucristo entregará el Reino de Dios al Padre.

A esta altura de la epístola, San Pablo reflexiona en los versículos 35 y 36: “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? / Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.” Y más adelante concluye, en el verso 50, “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.”

Este es un principio espiritual profundo: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. Antes de continuar nuestra reflexión es preciso preguntarnos ¿A qué reino se está refiriendo el Apóstol? ¿Será al reino eterno en que estaremos con el Señor para siempre? ¿O será el reino que Jesucristo establecerá en esta Tierra por mil años? ¿O se trata de ambos? Vamos por parte:

1) El reino eterno es para todo cristiano, por tanto no se alcanza por obras sino por fe. Quien ha aceptado a Jesucristo como Salvador ya es salvo y nada le separará del amor de Cristo, como un hijo no deja jamás de ser amado por su progenitor, aunque no sea un buen hijo. El reino de los cielos no podemos comprarlo con nuestras imperfectas obras, sólo con la sangre de Jesús. Pero Dios se ha precavido que nada corrupto entre en Su Reino y al momento de la resurrección transformará a todo cristiano: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados” (1 Corintios 15:51)

2) Si se trata del reino de mil años, tener parte en ese reino será un premio para los buenos cristianos; y no estar en él será una reprensión para hijos fatuos y poco diligentes.

3) Tanto el reino milenial como el eterno requieren de cristianos resucitados y transformados. El milenio será un galardón para los que han vivido rectamente su fe, el reino eterno será un regalo para todos los que creyeron en Jesucristo.

“La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. El Reino no es para hombres y mujeres de carne y hueso, o de “la carne y la sangre”, como dice la Escritura. No se está refiriendo exclusivamente a los cristianos llamados “carnales” sino a seres humanos en general. Para poder entrar en el Reino tendremos que ser purificados en nuestra carne, limpiados con la sangre de Jesús, lavados por la Palabra de Dios, transformados a Su semejanza, en otras palabras, ya no ser humanos caídos. Lo humano, que ha sido corrompido en Adán, no puede entrar en ese reino, sí podrá entrar lo que ha sido “vivificado” en Cristo.

Necesitamos dejar de ser carnales para entrar al reino de Dios, para tener parte en Su Reino, milenial. Debemos santificarnos día a día en Cristo, purificarnos por medio de la oración y el arrepentimiento. Ciertamente ya somos salvos por la fe y nada podemos agregar a la obra de Jesucristo en la cruz, una obra perfecta, pero el camino que llevamos es un camino de permanente santificación.

¿Qué significa que “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”? No olvidemos el contexto. Pablo está respondiendo a las preguntas “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?” Él dice ¿vendrán acaso con el mismo cuerpo de carne y sangre, ya descompuesto? La respuesta es no. No puede ser que Dios utilice ese mismo cuerpo para el Reino de Dios, sino que Él les dará un nuevo cuerpo. El Reino de Dios es algo nuevo, limpio, santo, perfecto, y requiere también de hombres nuevos, limpios, santos, perfectos, incorruptos. El mundo corrupto, de inmoralidad y falsos valores, ajeno a Dios y la espiritualidad cristiana, la sociedad en tinieblas en que vivimos, no puede heredar el Reino de Dios. La corrupción no hereda la incorrupción. Este es el otro principio que el apóstol declara en este texto: “ni la corrupción hereda la incorrupción.”

De modo que el Reino de Dios será para gente transformada, sea por la resurrección, sea por el rapto. El Reino no podrán disfrutarlo los corruptos. No pensemos que los que no han aceptado el mensaje del Evangelio podrán participar en ese sistema gobernado por Jesucristo. Tampoco será para cristianos carnales, que han vivido una fe complaciente, fácil, débil, adaptada a las circunstancias, muelle, “light”, acomodaticia… ¡no! Dice la revelación: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.” (Apocalipsis 20:4) El Reino milenial es para los valientes, que no siguieron la voz y sugerencias de la carne, el mundo ni el diablo, sino la Voz y mandatos del Espíritu Santo y la Palabra de Dios.

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