1 CORINTIOS 3: CRISTO, NUESTRA UNIDAD.

Ubicación de Corinto en Grecia.


“1 De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2 Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, 3 porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? 4 Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?”

El hombre natural no entiende las cosas de Dios porque no tiene la mente Cristo, en cambio el que es nacido de nuevo –el espiritual –ese sí que puede discernirlas. Pero cuando el cristiano, que tiene el Espíritu Santo, se resiste a vivir según su naturaleza espiritual y todavía conserva el modo de pensar, sentir y actuar del mundo, entonces éste es un “carnal” porque, debiendo vivir conforme al Espíritu, vive según su carne o naturaleza humana. Éste es aún un “niño en Cristo”.

El Apóstol se vio en la necesidad de hablar a los corintios “como a carnales” pues su comportamiento así lo demostraba. ¿Qué hizo concluir a Pablo que estos hermanos eran todavía “niños en Cristo”? Porque en la Iglesia de Corinto existían conductas divisionistas, separatistas, caudillistas, que no favorecían la unidad y el amor sino las diferencias? Los hermanos tomaban partido en torno a un hombre, llegando a decir “Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos” Quizás esos valoraban la fuerte personalidad y sabiduría de San Pablo y los otros admiraban la elocuencia de Apolos; sin embargo ambos eran siervos de Dios dotados del Espíritu Santo y con hermosas cualidades de Jesucristo.

Este Texto debe movernos a la reflexión y autoevaluación ¿Actúo yo también de ese modo? ¿Hago diferencias entre los distintos siervos del Señor de hoy? ¿Soy partidario de unos y detractor de los otros? Hoy por hoy diríamos que es peor, pues llegamos a excluir de la Iglesia y la salvación a aquellos ministros que no nos agradan. Cuando existe el “denominacionalismo” es frecuente calificar como “secta” a cualquier Iglesia o Ministerio que no siga nuestra doctrina. Como en esos tiempos, hoy día algunos son del siervo “A”, otros del ministro “B” y nosotros del pastor “C”. ¿Qué nos diría el Apóstol Pablo si viviera en estos días? Probablemente se escandalizaría. Somos tan carnales y superficiales que tomamos bandera por un predicador por su vestuario, sus modales, su modo de hablar, su simpatía o su voz. Rechazamos a aquél porque le acompañan músicos que no nos agradan. Es decir juzgamos según la carne y no de acuerdo al Espíritu Santo. Y lo más grave, acerca de esto último: confundimos el Espíritu Santo con ciertas expresiones externas, tales como gritos, brincos y llanto.

Analicemos la situación actual. La Palabra de Dios nos dice: “…pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” Tres elementos se destacan en la conducta de cristianos carnales:

a) Celos. Este es, según el Diccionario, un “interés extremado y activo que alguien siente por una causa o por una persona.” Nuestro interés no debe estar puesto en las personas sino en Jesucristo. no debemos ser seguidores de pastores, evangelistas o predicadores, sino del Señor. Ciertamente Dios gobierna la Iglesia por medio de hombres y mujeres que son autoridades eclesiásticas, pero no es apropiado llevar al extremo esa admiración y seguimiento que hacemos de ellos. Las personas fallan, son pecadoras, a veces decaen y la misma aprobación pública exagerada puede dañarles. No tengamos celo por nuestros pastores sino que oremos por ellos, apoyémosles y cuidemos su vida espiritual acercándonos más a Jesucristo: “Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo.” (Hebreos 13:18)

b) Contiendas. Estas son las riñas que se producen entre equipos o partidos de personas, muy frecuentes en la política. ¿Es correcto que esto suceda también en la Iglesia? Las personas disputan sobre quien es más razonable, bíblico, fervoroso o santo; discuten sobre cuál doctrina es la correcta y tienen sus representantes en ciertos líderes cristianos; hacen debate y se enojan y enemistan porque no llegan a un acuerdo. Las contiendas en la Iglesia producen separaciones entre hermanos en Cristo, dividen a las congregaciones y, con nuestro principio de libre interpretación de la Escritura –del cual no reniego –, surge una nueva forma de entender la Palabra y con ello una nueva “denominación”. Las contiendas por cuestiones externas, por estilos de evangelismo, por modos de gobierno eclesial, por formas de liturgia y aún por ciertos asuntos doctrinales, son discusiones ociosas que en nada contribuyen al amor entre los hermanos. El Señor dijo que sus discípulos se distinguirían por el amor y no por otros aspectos de la fe: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (San Juan 13:35). El Apóstol advierte en otro lugar: “Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes.” (2 Timoteo 2:14)

c) Disensiones. Viene del verbo disentir que significa “no ajustarse al sentir o parecer de alguien.” En una discusión, alguien puede decir disiento de tu opinión. No es malo disentir, es algo muy humano ya que todos procedemos de distintas familias, ambientes, tenemos educaciones diferentes y, además, cada uno ha sido creado por Dios como un ser humano con personalidad propia. Por lo tanto tenemos modos de pensar, formar de sentir y de obrar distintas unos de otros. Pero hay Alguien con quien no podemos “disentir”: el Señor Jesucristo. Esto implica conocerlo bien a Él, para estar de acuerdo completamente con Su Persona. ¿Cómo conocerle? a) orando, teniendo comunión con Él, amándole y adorándole; b) leyendo la Palabra de Dios, estudiándola y reflexionándola, procurando aprehender Su doctrina; c) participando en la Santa Cena y comprendiendo la obra de Jesucristo en la cruz, discerniendo el Cuerpo de Cristo; d) asistiendo a la comunidad cristiana y amando a los hermanos como al Señor, sujetándonos a los pastores y obedeciéndoles con humildad y fe. Estas acciones nos ayudarán a conocer a Cristo y a no tener disensiones. Si bien es cierto que todos somos diferentes, mas todos nos encontramos en Jesucristo, pues en Él no hay disensión. El Espíritu Santo nos aconseja: “1 … os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, 3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” (Efesios 4:1-5)

Concluye este capítulo de la carta a los hermanos de la Iglesia de Corinto exaltando la propiedad que tiene Dios sobre las vidas de los cristianos, de modo que nadie sienta celos, mantenga contiendas o disienta del otro, por seguir personas o palabras: “21 Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: 22 sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, 23 y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.” Si hacemos lo contrario, somos tan carnales como los demás hombres, mas en Cristo está nuestra unidad.

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