FILIPENSES 3: ATLETAS DE DIOS.


“12 No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. / 13 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, / 14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. / 15 Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. / 16 Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa.”

Ningún ser humano puede afirmar que es perfecto, por muy bueno y prudente que sea. Los cristianos, que hemos lavado nuestros pecados en la sangre de Jesús y que por ello nos sentimos perdonados y en buena relación con Dios, tampoco podemos decir que ya hayamos alcanzado la perfección, la completa santidad. Seguimos siendo pecadores, personas que muchas veces cometen infracciones a la ley de Dios, porque tenemos una naturaleza humana caída y tendiente a desobedecer al Señor. La única diferencia entre los no creyentes que pecan y los cristianos que pecan es que nosotros somos pecadores arrepentidos y ellos no. Ni siquiera el Apóstol Pablo se sintió con el derecho de declarar que él fuese perfecto, ya que escribió: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto”. ¿Por qué, entonces, actuamos a veces con tanta vanidad considerándonos superiores a nuestro prójimo? Ser cristiano o pertenecer a una Iglesia no nos da el derecho para menospreciar a otras personas. ¿Acaso no fuimos una vez nosotros personas ignorantes de las cosas de Dios? ¿Acaso no tuvimos dudas o no renegamos contra el Autor de la Vida?

Todos los seres humanos, frente a Dios, estamos como en una carrera. Todos corremos en las mismas condiciones. Todos necesitamos ubicarnos en el punto de inicio de la pista; tal vez hay muchas personas no creyentes, ateas, agnósticas o indecisas, que ni siquiera están en la pista de carreras, pero nada asegura que nosotros, los que ya corremos en la pista de Cristo, lleguemos a la meta con pleno éxito. ¿Cuál debiera ser la actitud correcta para con aquellos que aún no se han ubicado en la pista? Ayudarlos a acercarse a la entrada, hablarles de Jesús, no asustarles con el Evangelio sino atraerlos a Dios, predicarles el plan de salvación, mostrarles el gran amor del Señor, entregarles afecto fraternal e incentivarles en la fe.

¿Y qué de nosotros, los que corremos la carrera? Pablo nos responde: “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, / prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Sistematizado sería así: 1) Olvidar el pasado perdonando a los que nos dañaron, dejando atrás amarguras y resentimientos, no viviendo de recuerdos ni éxitos pasados; 2)  Extenderse a lo que está delante, proyectarse hacia el logro de metas positivas con respecto a mi persona, la familia, amigos, compañeros de trabajo, hermanos en la fe e Iglesia; 3) Proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús; dicha meta es llegar a ser como Jesús, cumplir la misión que Él nos ha encomendado y gozarse acariciando el galardón que podremos alcanzar si somos obedientes.

Cuando el Apóstol, ejemplo a imitar, reflexiona “prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”, se está planteando una meta, un propósito, un objetivo. La meta es el fin del camino; el objetivo es qué se quiere lograr; y el propósito es para qué se quiere lograr. La meta de todo discípulo de Jesucristo es pasar la eternidad con Él; el objetivo es dar cumplimiento a la voluntad de Dios; y el propósito es alcanzar el galardón que Cristo prometió a todo cristiano. Jesús ha conquistado la meta para nosotros en la cruz y nos ha dado la salvación, pero ahora nos queda “agarrar” aquello para lo cual fuimos “atrapados” por Cristo Jesús. ¿Qué será aquello? Para los apóstoles fue dar sus vidas por Jesús y llenar el imperio con el Evangelio del Reino. ¿Qué será para nosotros? Es un pregunta que cada cristiano debe responder con mucha oración y la guía del Espíritu Santo.

Todos los que estamos en esta carrera de perfección espiritual cristiana, cual atletas de Dios, sintamos como Pablo. Si alguien siente distinto, no será por capricho suyo, sino porque Dios se lo ha revelado, y nadie podría criticarle, pero que sea por convicción del Espíritu, “si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios.” Pero en las cosas de la doctrina, en lo que concierne a la Verdad de Jesucristo, “sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa.” Amén.

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