1 CORINTIOS 14: CRISTO, EL VERBO DE DIOS.

“18 Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; 19 pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida.”

El Apóstol no desecha las manifestaciones carismáticas. Él mismo confiesa hablar en lenguas y no se refiere a que maneja otros idiomas de la época, sino al “don de lenguas”. Sin embargo, en la reunión de la Iglesia prefiere hablar con palabras inteligibles, con el propósito de enseñar a otros. Este es el concepto de edificación: comunicar un mensaje de Dios comprensible y que ayude al oyente a crecer en su conocimiento y experiencia de Dios.

En versículos anteriores, 6 al 12, puedo encontrar algunas pistas de cómo debe ser la enseñanza, el trabajo de edificación espiritual del ministro de la Palabra de Dios, a saber:

a) “6 Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?"

La predicación de la Palabra de Dios puede traer al oyente la “revelación” de una verdad de Dios, porque ha sido inspirada por el Espíritu Santo. De hecho, siempre el predicador transmite conceptos y principios teológicos, que constituyen “ciencia” o conocimiento; alguien dijo que el pastor es “un teólogo residente” pues siempre, en mayor o menor medida, está haciendo Teología. La “profecía” también se transmite desde el púlpito y no necesariamente en un estado de éxtasis sino que cuando el predicador, guiado por el Espíritu, nos anuncia una realidad que está lejos del conocimiento cotidiano, o desnuda nuestra alma con la Palabra. La “doctrina” de la Iglesia es claramente enunciada por el predicador. Como ministro de la Palabra sería muy conveniente que revisara mi exposición de la Biblia y si en ella están presentes estos elementos: revelación, ciencia, profecía, doctrina.

b) “7 Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?"

Es cierto que en la homilía o prédica de la Palabra de Dios, el pastor y otros predicadores exponen en el idioma normal el mensaje del Señor. Pero si el lenguaje no es claro para el oyente éste no podrá recibirlo ni entenderlo. Si el expositor utiliza palabras rebuscadas o tomadas de ámbitos diversos al que comúnmente los oyentes escuchan, de nada servirá que el mensaje sea inspirado y profundo. No quiero decir con esto que el pastor baje el nivel de su vocabulario a lo ordinario y chabacano sino que procure que su comunicación esté al alcance de todo. Hay dos palabras que debe manejar con pericia el predicador: la Palabra de Dios y la palabra del hombre, es decir conocer la Biblia y su interpretación correcta; y dominar el idioma. Nuestra lengua castellana es rica en sinónimos y todo tipo de recursos para poder explicar bien, en forma sencilla, elegante y profunda las verdades de Dios. Cultivemos nuestro lenguaje y elevaremos además del nivel espiritual de los hermanos, su nivel cultural. Uno de los beneficios que trajo la Reforma al pueblo fue la necesidad de aprender a leer para acceder al Libro Sagrado, esto trajo consigo la creación de muchas escuelas y el progreso intelectual de Europa y el mundo.

c) “8 Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? 9 Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire."

Cada sermón es una enseñanza con un propósito definido. ¿Qué nos quiere decir el Señor a través de esta Palabra? Debe ser la primera pregunta que uno se haga para preparar una prédica. Siempre serán tres los aspectos a abarcar como trinitario es el ser humano. El cuerpo necesita actuar conforme a la voluntad de Dios. Pero es imposible que el cuerpo actúe si antes la mente no lo piensa; por eso la Palabra de Dios dice “renovaos en el espíritu de vuestra mente”, si cambiamos el modo de pensar cambiará nuestra actuación. Mas el ser humano tiene también emociones y sentimientos, necesita sentir para hacer algo de corazón; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (San Lucas 10:27). Esta trilogía “pensar, sentir y actuar” debe estar presente cada vez que planifiquemos un sermón. La Palabra de Dios debe conmover de tal modo a la persona que la lleve a pensar de un modo más claro con respecto al asunto que se predicó; a sentirse movida a cambiar y a actuar de acuerdo a la voluntad del Señor. Pero todo esto lo guiará el Espíritu Santo y por lo tanto la oración, tanto antes como durante y después de la homilía, son imprescindibles. El predicador no transmite su palabra y pensamientos, sino la Palabra y Pensamientos de Dios.

d) “10 Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. 11 Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí. 12 Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia.”

El sentido de la predicación de la Palabra de Dios es la edificación de la Iglesia, nunca su destrucción. Por lo tanto evitará malas palabras, ideas negativas contra personas e instituciones, sentimientos depresivos o poco edificantes como la rabia o el odio, el doble sentido o la liviandad, el humor innecesario, la ironía ácida y todo aquello que no eleva el alma del oyente. Quien escucha la Palabra del Señor debe sentirse precisamente frente a Él, como si estuviese en el cielo ante Su Presencia, o como si el Maestro hubiera bajado hasta el lugar del culto y le está hablando a él o ella, directamente a su corazón. No hay don más maravilloso que el don de la Palabra, en que el ministro es un instrumento en las manos del Señor, para comunicar Sus mensajes. No es tarea menor y debe ser respetada por todos los cristianos.

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